Reto II, 1ª parte: ¿consumir nuestro vino en los restaurantes?
(Ver también: Reto I: Vinos franceses)
La popularización de los menús degustación y el amplio abanico de platos a los que nos da acceso es para mi la mejor prueba de la evolución gastronómica que han vivido nuestros restaurantes, hoy por hoy bien posicionados en cuanto a innovación, contenidos y calidad. Sin embargo, esta variedad aportada en el plano gastronómico no se ha visto reflejada en la oferta de vinos y, lejos de ello, aún resulta difícil encontrar restaurantes donde sirvan vino por copas, ofrezcan maridajes diferentes en cada plato o, simplemente, contemplen formatos de venta diferentes al de la tradicional botella de 75cc. Respecto a la oferta, razones más bien comerciales propician unas cartas de vinos muy centradas en DOs seguras (Rioja, Ribera del Duero, Penedès) y no es habitual encontrar locales que asuman riesgos ... especialmente por debajo de los 15-20€ la botella.
Es una situación que contrasta: un escenario de vino dinámico, a reventar de oferta y propuestas ... que no acaba de llegar a su principal mercado (los restaurantes), que viven en mayor o menor grado apartados de este mundo. Si a estas razones de variedad añadimos las de tipo celebrativo (quiero hacerle los honores a la botella que me regalaron por mi aniversario) o las puramente económicas (los precios de la carta de vinos suelen doblar los de la tienda), no es de extrañar la inquietud cada vez más extendida de entrar al restaurante con nuestra botella de vino particular.
Ahora ya hay locales donde podemos consumir nuestro propio vino en lugar del de su carta, pero aún no es una fórmula demasiado extendida (vender vino suele ser una buena fuente de ingresos). Además, desde el punto de vista del consumidor parece una opción más bien incómoda, por que debe preocuparse el mismo de la temperatura de servicio y del transporte de la botella (asumiendo los riesgos asociados de olvidarla, que se rompa, etc), prescindir de abrirla con la antelación suficiente para que se oxigene o tener que poner buena cara si después de todo tiene la (muy) mala suerte que sale mala o que el plato con el que queria maridarla no lo pueden hacer hoy. Tampoco suele resultar un ahorro, ya que los restaurantes acostumbran a cobrar un suplemento por el servicio de copas que, posiblemente, iguale nuestra botella con otras ofertas de su carta de vinos.
Personalmente, apuesto más por otras alternativas que también estamos observando en la calle a día de hoy: restaurantes con bodega abierta al público (Vinyaroel) para consumirlo en casa o en el propio restaurante pagando un suplemento, locales de degustación de vinos (La Vinya del Senyor) donde acompañarlo de tapas y "platillos" o la mejor (y también menos extendida) opción: cartas de vinos por copas (Kresala). Iniciativas todas ellas que responden al entorno social (sólo quiero una copa por qué debo conducir, no quiero demasiadas calorías) y/o a las preferencias del consumidor, que reclama variedad (y sólo a nivel local las DOs, los Pagos o los Vinos de la Tierra ofrecen mucha) y flexibilidad en las raciones, para beber (y pagar) menos cantidad.
A los productores les conviene tomar nota de este "nuevo" mercado; medidas como formatos alternativos de distribución (botellas de 175/375cc, vino en lata) o la implantación de maquinaria específica, les permitiria dar más salida a su producto, atraer nuevos consumidores y, por qué no, pisar el terreno a competidores pujantes (Australia, Chile), a los que la globalización acerca cada vez más.
Continúa
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